¿Nos llevará la corrupción a otra recesión?

Siempre he estado absolutamente convencido de que nuestro país iba a superar la indómita crisis que todavía nos oprime. Para lograrlo, era condición sine qua non la limpieza, concentración y normalización de nuestro sector financiero. Por lo que nos acaban de contar desde la Autoridad Europea Bancaria, nuevo supervisor de los bancos, parece que se ha conseguido. Tanto en el presente año como en el próximo, España va a estar entre los países con mayor crecimiento de la Unión Europea, sin grandes cifras pero en terreno positivo. Buena parte de nuestro tejido empresarial se ha abierto hacia el exterior gracias a mejoras en su competitividad y un indudable emprendimiento. El desempleo, aunque con gran lentitud, va reduciéndose. No estamos bien, pero sí mejor. En este entorno, el iceberg de la corrupción política del que sólo afloraba su punta, está saliendo brutalmente a la superficie y poniendo en entredicho a buena parte de los que deben mantener el sistema que nos sustenta.

 

Reflexiones sobre lo que era sólido

 

Leí hace más de un año el ensayo de Antonio Muñoz Molina titulado Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013). En sus páginas, el autor describe la ruptura experimentada por nuestro país con la llegada de una crisis económica cuyo origen estaba para nosotros mucho más cerca que el desplome de Lehman Brothers y el fraude de las hipotecas subprime: la verdadera causa de nuestra caída se encontraba en los excesos, corrupciones y despilfarro que han caracterizado desde hace años el comportamiento de muchos de nuestros políticos y que han viciado las actuaciones de dirigentes de ámbitos no sólo políticos, también empresariales y sociales, hasta el punto de convertir en normal lo que el autor define como propio de “una normalidad monstruosa”.

 

No soy capaz de mejorar el certero análisis y la sutil clarividencia que Muñoz Molina nos ofrece en su libro y prefiero citar algunos pasajes de su impecable prosa:

 

  • La realidad actual: “Hay lujos que ya no podemos permitirles. Durante demasiados años tendremos que seguir pagando las deudas que ellos contrajeron para costear esos delirios que siempre eran delirios de grandeza. Lo que se tiró en los superfluo ahora nos falta en lo imprescindible, y no hay proporción entre la gravedad de las responsabilidades y el reparto de las cargas, entre la impunidad de unos y el sufrimiento de los que han de pagar las consecuencias”.
  • El riesgo de aceptar lo irracional: “No hay progresos ni declives lineales. El punto en el que ya no hay vuelta atrás llega de pronto sin aviso. La seguridad de un barrio se deteriora imperceptiblemente, con delitos esporádicos, y de pronto hay un día en el que las calles se han vuelto invivibles. La tensión política se agrava y cuando todo el mundo más o menos se había acostumbrado a una atmósfera de enfrentamiento verbal y violencia episódica, un solo hecho lo trastorna todo y ha estallado un conflicto civil”.
  • Una visión realista con sesgo favorable para el futuro: “No está el mañana ni el ayer escrito. El fatalismo de que nada podrá arreglarse es tan infundado como el optimismo de que las cosas buenas, porque parecen sólidas, vayan necesariamente a durar”.

 

 

Aprendamos de lo sucedido y resolvamos el presente

 

Los casos de corrupción, los disparates del nacionalismo irracional y los populismos basados en utopías interesadas, nos están llevando a un escenario de tensión extrema en el que se está poniendo en riesgo gran parte de lo que hemos construido durante los últimos trimestres. El hecho de que un dirigente político utilice, como acaba de suceder, un argumento de negociación política consistente en la posibilidad de llevar a España a una situación de default o impago de su deuda, es un síntoma inequívoco de que podemos volver a estar de nuevo y muy pronto al borde del precipicio. Ello supondría tirar por la borda el mínimo bienestar que muchas personas han logrado gracias a su sacrificio. No debemos aceptarlo. Nos jugamos mucho, más de lo que con frecuencia creemos. No me resisto a incluir en este post unas líneas más de Todo lo que era sólido, obra que debería estar en la mesilla de noche de todos los políticos españoles.

 

“Ha terminado el simulacro. Que la clase política española quiera seguir viviendo en él es una estafa que ya no podemos permitirles, que no podemos permitirnos. Tenemos un país a medias desarrollado y a medias devastado, sumido en el hábito de la discordia, cargado de deudas, con una administración hipertrofiada y politizada, sin el pulso cívico necesario para emprender grandes proyectos comunes. También tenemos infinitamente más personas capaces y más y mejores medios de los que teníamos hace veinte o treinta años. Hemos mirado con demasiada tolerancia o demasiado distraídamente la incompetencia y la corrupción. Pero también nos hemos dotado, aquí y allá, de logros extraordinarios, escuelas y hospitales muchas veces magníficos, empresas que en medio de la crisis siguen creando trabajo y riqueza, instituciones científicas y culturales que han salido adelante a pesar de todos los pesares y ahora de pronto están en peligro. Hay que fijarse en lo que se ha hecho bien y en quienes lo han hecho bien para tomar ejemplo. No tendremos disculpa si no hacemos todos lo poco y lo mucho que está en nuestras manos, en las de cada uno, para que no se pierda lo que tanto ha costado construir, para asegurar a nuestros hijos un porvenir habitable, si no los alentamos y los adiestramos para que lo defiendan. Ya no nos queda más remedio que empeñarnos en ver las cosas tal como son, a la sobria luz de lo real. Después de tantas alucinaciones, quizás sólo ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón”. Sólo añadir: aún estamos a tiempo.

 

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