¿Cómo puede la moral guiar nuestra economía?

Estuve presente recientemente en una mesa redonda que versaba sobre la última gran crisis económica y sus lecciones Diez años después de Lehman Brothers, ¿qué hemos aprendido? Agradecí las palabras de ambos conferenciantes, pues iluminaron en parte mis pensamientos y los ordenaron de cara a este artículo.

Últimamente vengo reafirmándome en dos cuestiones que están muy presentes en el sector financiero, el cual nos da de comer a mi familia y a mí. La primera de las cuestiones la sacó a relucir el profesor de economía en el Instituto de Empresa Juan Carlos Martínez Lázaro, criticando el endeudamiento excesivo y generalizado de la sociedad, desde la Administración hasta los ciudadanos, pasando por Bancos Centrales y el tejido empresarial. “Todos fuimos responsables” recalcaba el profesor, y (añado yo) no por ello deja de tener mayor responsabilidad la Administración y entidades financieras, quienes con conocimiento de causa, asumieron los riesgos que conocían con mayor precisión.

Necesitamos una moralidad

El endeudamiento de las sociedades occidentales ha alcanzado unos niveles insostenibles (en otras economías menos desarrolladas, el camino es muy similar y es cuestión de tiempo que sufran mismas preocupaciones) y debería ser objeto de un profundo debate por las consecuencias que podría tener no solamente para la sociedad actual, sino para los que nos sucederán. Opino que la moralidad debe jugar un factor fundamental en nuestra economía. De aquí surge la segunda cuestión y que también se desarrolló en la ya citada conferencia. Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad y catedrático de Estadística en la Universidad de Milán, manifestaba que “no se puede oponer el negocio a la moral: la moral forma parte de la creación de valor”.

El endeudamiento de cualquier entidad o particular creo debería ser supeditado a criterios morales que permitan, en la medida de lo posible, una mejor salud financiera, que aporte valor a las partes directamente implicadas y/o a la sociedad. Esta afirmación, con infinitas aristas, aparentemente coherente, creo que está alejada de la práctica cotidiana en la realidad empresarial y en las Entidades Públicas. La Administración y las grandes instituciones financieras, motores de la economía mundial, rara vez tienen en cuenta, en última instancia, estos criterios.

En nuestra sociedad occidental y económicamente desarrollada, la educación juega un papel crucial. Solo con una educación en valores que favorezcan el bien común y la responsabilidad de todos, es posible madurar en la toma de decisiones financieras sin los efectos perniciosos a los que estamos abocados en caso contrario. Vivimos en una “sociedad de derechos-privilegios”, y no somos conscientes de que los mismos han sido y son consecuencia de un sacrificio, un sentido de la responsabilidad que los preceden y, sobre todo, una conciencia en esta educación del “deber/responsabilidad”.

En nuestra cultura, la educación católica ha sido fundamental en el desarrollo de esta concepción del bien común y de unos valores que han permitido un enorme progreso económico-financiero. A continuación quiero hacer mi aportación sobre la visión de las instituciones sin ánimo de lucro (muchas de las cuales son religiosas) respecto al uso del endeudamiento para la sustentación de sus obras y realidades.

En el punto medio está la virtud

El buen uso de los recursos financieros y las facilidades de crédito que ofrecen las entidades bancarias son aspectos determinantes en cualquier negocio, pero también en cualquier institución sin ánimo de lucro. Es evidente que el fin último de las entidades sin ánimo de lucro nunca será la búsqueda de beneficio sin un propósito adicional. Esta aparente redundancia, me recuerda que cualquier institución no pasajera, es decir, que busque perdurar en el tiempo, ha de ser viable en el largo plazo para subsistir, y por tanto buscar la generación de beneficios sostenibles. Esto es lo que permitirá crecer a estas instituciones. En caso contrario, seguiremos creando burbujas a través del endeudamiento, única alternativa para la generación de crecimiento, con consecuencias de ya sabida naturaleza.

Estimo oportuno, pues, interpretar que las instituciones sin ánimo de lucro deben optimizar sus recursos haciendo el uso necesario de la financiación oportuna otorgándose a la propia entidad la óptima sostenibilidad a corto, medio y largo plazo a la vez que se genera un claro valor adicional a la sociedad. Cuanto más miremos este principio teórico, será más sencilla la toma de decisiones que, en tantas ocasiones, deriva en dos tipos de situaciones no deseables en ninguno de los casos:

  • Endeudamiento por encima de niveles asumibles que resulta en realidades muy negativas (véase consecuencias de la crisis iniciada en 2008). El uso de fondos ajenos en exceso puede derivar a que entornos de mercado muy adversos motive la quiebra de una institución ante la devaluación de sus activos, frente al valor de la deuda que, siempre se mantiene estable (pudiendo incluso incrementar su coste).
  • Ante la falta de optimización de los recursos propios (tendencia a la ausencia de recursos ajenos – endeudamiento), situaciones de márgenes de maniobra decrecientes, capacidades de crecimiento inferiores y, como consecuencia, una posible merma en el valor aportado a la sociedad en el medio-largo plazo.

Este último escenario descrito suele darse en entidades sin ánimo de lucro que, generalmente por tradición, gestionan su patrimonio con una visión más cortoplacista, que aboga por utilizar al máximo sus recursos propios, limitando su capacidad de crecimiento futuro (salvo en aquellos casos en que se dé una amplia capacidad de generación de caja, efectivo).

Un posible camino y un reto en el mismo

Los agentes del mercado financiero tenemos que velar por la mejora en el uso de la deuda, motivando y educando en una moral que ayude a observar el valor añadido que se puede aportar a la sociedad. Pero además, buscar las fórmulas adecuadas para favorecer que aquellas instituciones con una especial búsqueda del valor añadido para la sociedad puedan optimizar sus recursos.

Dotarse de profesionales con un conocimiento profundo de los mercados financieros así como de la labor que desarrolla cada institución puede ser crucial en la toma de decisiones correcta. El mayor reto aún así será el crecimiento como sociedad en una moralidad, unos valores, que hagan de nuestras Administraciones y Entidades financieras, entes capaces de velar por la seguridad financiera y aportar en cada operación el mayor beneficio social posible sin menoscabar en la ya dicha sostenibilidad presente y futura. Las Administraciones, por su parte, deberán velar por fomentar espacios educativos que permitan una formación determinada y la generación de valores. En nuestra historia occidental, sin duda alguna, este espacio lo ha propiciado, en gran medida, la cultura católica.

Creo que deberíamos caminar hacia una sociedad menos endeudada, comenzando en primer lugar por la Administración, reduciendo sus gastos, adaptándolos a los ingresos generados. Por supuesto, debemos favorecer la educación en una moral que abarque también el aspecto financiero. No todo vale. Por este camino podremos encontrar, en nuestra sociedad, instituciones que optimicen sus recursos velando por el máximo beneficio social y financiero de forma paralela.