Corralito griego y riesgo político en España

Vaya por delante que la palabra corralito me da grima pero es la que mejor resume el riesgo del que va a tratar este post. El origen del término está en Argentina y viene del año 2001 cuando el gobierno de aquel país restringió la libre disposición de dinero depositado en los bancos. Esta pasada semana, el corralito ha vuelto a la actualidad por el deterioro de la situación financiera griega. Aunque todavía queden varios capítulos en la novela negra en que se ha convertido su economía, parece que el acuerdo alcanzado a última hora del viernes puede abrir una senda de entendimiento y continuidad en la lentísima vuelta de Grecia a la normalidad económica. Mientras, en España, seguimos sin querernos dar cuenta del riesgo que supone el radicalismo en cuestiones económicas.

 

El deterioro financiero griego

 

El triunfo electoral de Syriza en Grecia ha provocado una caída de la confianza en el futuro económico de este país y así lo refleja la subida del coste de su financiación (aumento del tipo de interés pagado en la última subasta de letras e incremento de su prima de riesgo). Es lo que pasa cuando la medida que encabeza tu programa político consiste en la posibilidad de suspender los pagos de la deuda emitida.

 

El Banco Central Europeo (BCE) liderado por su Presidente Mario Draghi, verdadero factótum de la existencia hoy en día del Euro, se anticipó al deterioro cuando a comienzos del actual febrero decidió dejar de aceptar la deuda griega como garantía en sus operaciones de liquidez a su sector financiero. Ya entonces, la prensa griega cuantificaba la retirada de depósitos en Grecia en el 10% del pasivo total existente en sus bancos. La confirmación de la victoria de Syriza agravó la situación forzando al gobernador del Banco Central griego a aparecer en los medios en varias ocasiones para transmitir una falsa tranquilidad que nadie creía.

 

Filtración del corralito

 

Así las cosas, el recurso por parte de la banca griega a la liquidez de emergencia del BCE a través de su programa ELA (Emergency Liquidity Assistance) ha alcanzado en la práctica el máximo posible. De ahí que, hace unos días, se filtrara desde el BCE la conveniencia de que las autoridades griegas implementaran controles en las transacciones financieras para evitar la fuga de depósitos que podía acabar con su sistema bancario y ponía todavía más en riesgo la devolución de lo prestado por el BCE.

 

Aunque con significativas diferencias respecto al caso griego, el precedente de Chipre en marzo de 2013 había abierto el camino a las restricciones en la libre circulación de capitales, uno de los cuatro pilares fundamentales sobre los que se asienta la Unión Europea (UE) junto con la libre circulación de mercancías, trabajadores y servicios. En ese momento, quedó muy claro que la indómita crisis de la que aún estamos saliendo había convertido la supervivencia del Euro en un bien superior que legitimaba prácticamente cualquier actuación política.

 

El acuerdo del mal menor (para los políticos griegos)

 

En esta situación ha llegado el acuerdo, todavía pendiente de concreción, alcanzado por el Eurogrupo y las autoridades griegas en la noche del pasado viernes. Sobre su contenido les remito al blog y a las estupendas crónicas que Miquel Roig nos ofrece en este diario. Al final, se establece la prórroga del rescate, se sigue pagando la deuda y se da alguna concesión, bastante pequeña, la verdad, a los políticos griegos que les permita mantener cierta “pose” favorable de cara a sus votantes. De hecho, estas cesiones del Eurogrupo, ligadas al déficit/superávit primario y al IVA, me recuerdan mucho a lo que se lleva varios trimestres solicitando a España por parte de Bruselas y el ministro de Guindos se resiste a aceptar para luego vender a la prensa española su firmeza en la defensa de los intereses de España.

 

En España estamos a tiempo

 

Me refiero a tiempo de evitar un deterioro de nuestro sistema bancario que afecte negativamente a nuestra economía y suponga otro parón en la reestructuración financiera de nuestro país y, en definitiva, en la superación de la crisis económica que, no olvidemos, tiene un origen financiero. La radicalización de los programas económicos con soflamas del tipo auditoría y reestructuración de la deuda, incremento del déficit y creación de bancos públicos, aguanta bien en letra impresa, pero es incompatible con la realidad económica que nos sustenta. El detonante de la mayor crisis financiera de la Historia de España fue la intervención por el Banco de España de Caja Castilla La Mancha cuando ésta había acrecentado sus desequilibrios contables por la salida de depósitos (en buena medida vía cajero) impulsada por la desconfianza de sus clientes hacia la entidad y hacia el propio sistema.

 

España no es Grecia y la fortaleza actual de nuestro sistema financiero nos protege de eventuales episodios de crisis de confianza. Pero el dinero es miedoso y cuando busca refugio por verse amenazado se mueve muy deprisa. Aprendamos de lo que está sucediendo en Grecia. El reciente ejercicio de pragmatismo que están llevando a cabo sus políticos podría no suceder en España en caso de victoria electoral de la alternativa española equivalente a la griega Syriza. Nuestro riesgo país está ahora más que nunca ligado al riesgo político.

 

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