Entorno de guerra y reglas para el sosiego

 

Cuando se producen movimientos de las cotizaciones como los que estamos viviendo en 2016, la mayoría de inversores se pregunta por qué nadie les avisó y qué pueden hacer ahora. Sobre esto último escribía el pasado martes en Expansión en su edición en papel bajo el título ¿Qué hacer ante los desplomes?. Ahí resumía las pautas que considero imprescindibles para afrontar con garantías este volátil y belicoso entorno de mercado. Desde entonces, creo que se ha profundizado en el principal problema de esta crisis que afecta a las bolsas y a otros activos financieros y que es el siguiente: no acabamos de entenderla.

 

Los cisnes negros

 

En el mundo de la inversión, es imposible encontrar a alguien que recurrentemente acierte en sus análisis y pronostique el futuro de manera acertada sin riesgo de error. Por ello, los analistas tendemos a definir escenarios y asignarles porcentajes de probabilidad. Luego, llegan los “cisnes negros” (eventos inesperados y de gran impacto para los mercados) y acaban destrozando las previsiones realizadas. Ahora, todos andamos buscando uno de estos animales en forma de catalizador de la potencial catástrofe que relegue la caída bursátil sufrida hasta hoy a categoría de anécdota:

 

  • ¿Será la quiebra descontrolada del otrora todopoderoso Deutsche Bank?
  • ¿Habrán incurrido las autoridades chinas en un engaño al comunicar sus datos de crecimiento?
  • ¿O veremos un hundimiento todavía mayor del precio del petróleo que origine una cadena de quiebras en el, hasta hace poco, flamante sector del shale estadounidense, que además contagiará a otros sectores de la economía y, entrando en cataclismo, a los Estados soberanos?

 

No lo sabemos. Los problemas del mencionado banco alemán ya se conocen desde hace varios trimestres por el BCE y por el propio mercado, la posibilidad de que China mienta en su dato de PIB sería poco consistente con otras de sus magnitudes macro (lo que le descubriría) y, siendo prácticos, la cotización del crudo dejará de caer cuando EEUU y Arabia Saudita lo decidan. Por todo ello, lo lógico es que los eventos descritos no sucedan y de ahí que, de producirse finalmente, se conviertan en cisnes negros.

 

El elemento perturbador: la represión financiera (montañas de deuda pública y tipos a cero)

 

Es la gran diferencia que altera el marco actual en relación con otros momentos de incertidumbre económica ante el riesgo de recesión. Me refiero a la situación creada por los bancos centrales de los países desarrollados y la insensatez de los gobiernos de estos últimos. La catástrofe financiera que comenzó con la caída de Lehman Brothers, ha llevado a autoridades estatales y monetarias a obrar de manera nulamente ortodoxa en cuanto a deuda emitida y nivel de tipos de interés, entre otras medidas expansionistas.

 

Es cierto que la crisis ha alterado muchos parámetros de comportamiento económico, pero la actitud excesivamente cortoplacista de los citados actores del sistema podría pasar una inesperada factura tanto en el sector público como en el mundo financiero: ¿Cómo estimular el crecimiento cuando no hay ya espacio para aumentar el gasto (la deuda pública “se nos come”) y los tipos de interés no se pueden bajar más? La gravedad de esta situación se magnifica cuando los que barajan las alternativas a esta cuestión son políticos vencidos por la impopularidad de las medidas que sentarían las bases de una solución futura.

 

Reglas que pueden ayudar

 

Así las cosas, el nivel de desasosiego en que se encuentran muchos inversores es extremo. Aceptando la relatividad inherente al análisis de la situación económica y financiera, y consciente de la gravedad de los focos de riesgo aquí expuestos, enunciaré cinco pautas que pueden ser muy útiles en el momento presente:

 

  • Determinar con precisión los objetivos de largo plazo de la inversión y distinguir la parte de un patrimonio que va ligada a ellos.
  • Si la política de inversión vinculada a lo anterior no está funcionando, deben analizarse las causas y cambiar la estructura de esa parte de la cartera si es necesario, pero siempre pensando que es lo mejor a largo plazo. De esta forma, si esas nuevas inversiones no nos son favorables en un tiempo, no deberemos sólo por ello deshacer los cambios realizados.
  • Nunca dejar de lado el efecto de la inflación: es fácil que, mientras las cotizaciones de muchos activos cambian de precio, tendamos a olvidar que el primer objetivo de rentabilidad de cualquier cartera es vencer la inflación. Esto determinará nuestra riqueza real en el futuro. En el contexto económico actual, es una variable en segundo plano, pero, para bien y para mal, volverá a ser protagonista de la vida económica.
  • La diversificación (entre tipos y subtipos de activo y, dentro de éstos, entre estilos de inversión) siempre tiene sentido, incluso en los momentos de teórica mayor seguridad en la tendencia. Por tanto, ahora, todavía más.
  • No fiarse de las emociones. Las decisiones poco reflexivas casi siempre acaban siendo equivocadas, a la compra y a la venta. El secreto de una inversión a largo plazo consiste en prestarle poca o nula atención. Siempre, claro está, que se elijan empresas de calidad y a buen precio de entrada o un fondo de inversión bien gestionado.

 

Sólo queda una cosa: asesorarse bien

 

Es una obviedad y me afecta directamente al ser mi ocupación, pero no por ello voy a dejar de insistir en la ineludible obligación de que los inversores en mercados financieros cuenten con el asesoramiento debido. Existen hoy en España muchos asesores de calidad y para todos los tipos de patrimonio. Que nadie dude de que entre tenerlo o no, es mejor lo primero. Y que tampoco vacile sobre que, en todos los ámbitos de la existencia, lo bueno no dura siempre, pero lo malo, tampoco, y las bolsas no son una excepción.

 

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