Moviendo los focos

Sin duda la crisis de la zona euro ha sido durante los últimos ocho y nueve trimestres nuestra mayor preocupación macroeconómica.

Evidentemente, la crisis no se ha solucionado de un día para otro, pero la oleada de medidas del BCE y la actitud política de las principales economías de la zona euro nos ha dejado muy claro que, con independencia de la dureza de los ajustes y la previsiblemente triste evolución de todas nuestras economías, el futuro del euro es mucho más nítido hoy que hace apenas dos semanas.

La simple advertencia de voluntad de intervención en los mercados nos va a ofrecer lo que nuestras economías necesitan: tiempo. Sólo espero que nuestras autoridades cumplan con sus obligaciones, como, en general, parece que se está haciendo.

Nos queda el capitulo griego por resolver, que tendrá implicaciones en los mercados en los próximos dos a cuatro meses (octubre-noviembre). Podemos seguir viendo patadas de balón hacia delante pero, antes o después, se tomará una de las dos únicas posibles soluciones -quita o segregación-, ya que de lo que todos estamos convencidos es de la inviabilidad de la economía griega en los parámetros actuales. Lo cierto es que con independencia de los vaivenes que la decisión produzca, sus implicaciones para el resto de la zona han quedado muy reducidas una vez que se han tomado las medidas para minimizar el contagio a otras economías débiles. La decisión griega ha pasado de ser económica a política, de tener implicaciones en el corto plazo a deber ser valorada en su dimensión para la historia.

Hay otros factores que debemos tener ahora presentes en la economía a escala global: la tensión con Irán y su  política nuclear, con posibles y devastadores efectos sobre el precio del crudo. La ralentización del crecimiento chino y sus tensiones con Japón por las Islas Senkaku y las nuevas tensiones en Oriente Próximo en los países que protagonizaron la Primavera Árabe. Auque, sin duda el gran factor de incertidumbre ahora es Estados Unidos.

Hasta que Estados Unidos no logre frenar su déficit público, su desequilibrio en balanza de pagos y el crecimiento de su deuda pública, las medidas de relajación monetaria podrán reducir tensiones en los mercados e incluso empujar al alza los precios de distintos tipos de activos, pero no son la llave hacia una recuperación económica creíble que sólo puede estar basada en la confianza hacia todos los actores.

Si a esto le sumamos incertidumbre electoral, que difícilmente lleva a facilitar los pactos necesarios entre los dos grandes partidos para hacer frente a lo que ya todo el mercado denomina “fiscal cliff” (precipicio fiscal), la situación es realmente muy preocupante.

De nuevo no hay solución buena, sino elegir entre la menos nefasta: llevar a cabo el ajuste fiscal por importe de casi el 4% el PIB vía subida de impuestos y fin de deducciones, así como reducción del gasto público (un coctail que los españoles ya hemos probado y podemos dar fe de que es amargo), o mantener una espiral de crecimiento de los déficits y deuda que sólo ha conseguido lograr que la economía crezca a tristes tasas del 2% y que inevitablemente conlleva una mayor desconfianza en el país, la divisa y su consecuente encarecimiento del crédito y perdida del rating supremo.

Nuestras sensación es que Estados Unidos ha consumido ya casi todas sus balas fiscales y monetarias y que precisa de un gran acuerdo nacional para combinar medidas restrictivas con elementos expansivos. Algo que nos hubiera venido también muy bien por aquí -el gran pacto nacional que solicitaba CIU… nada más y nada menos-. Por desgracia tenemos más fe en los gobernantes americanos que en los nuestros. Hasta que veamos ese movimiento, viviremos con otra preocupación.