BREXIT Y CATALUÑA: TRISTES PARALELISMOS

Hace ahora 16 meses, los británicos optaron por poner fin a 40 años de integración en Europa. Ahora, muchos ciudadanos del Reino Unido se arrepienten de haber tomado tal decisión. El peso del sentimiento superó en muchos casos al de la razón, si bien la campaña de los partidarios de salir de la Unión Europea (UE) se apoyó en gran parte en argumentos espurios. La propia Theresa May retrocedía en algunos planteamientos probrexit en una reciente entrevista concedida a Bloomberg (texto en inglés). Hace unas horas, la primera ministra del Reino Unido se ha visto obligada a retrasar la introducción de su proyecto de ley de retirada de la UE ante la rebelión de los diputados conservadores proeuropeos como contaba Expansión.com. Creo que muchos partidarios de la independencia de Cataluña deberían prestar buena atención al «proceso del Brexit» para tomar mejor la medida del nuevo traje que quieren ponerse.

Argumentos obsesivos de un lado que el otro no ha sabido rebatir

En la campaña del Brexit se utilizó la idea de la recuperación del control de los flujos migratorios por parte del Reino Unido como algo nuclear para el mantenimiento de la cohesión económica y social del país. Tal razonamiento es poderosamente llamativo en un Estado cuyo crecimiento siempre se ha apoyado en la atracción de inversiones extranjeras y en la residencia en las Islas Británicas de ciudadanos de multitud de nacionalidades. Resulta paradójico que éstos vayan a alejarse ahora de los beneficios que la teoría económica del libre comercio les ha facilitado durante décadas.

Igualmente sorprendente resulta que en Cataluña, comunidad autónoma cosmopolita por excelencia, se insista tanto por parte de los políticos independentistas en las ventajas de convertirse en un país aislado de España que, además, acabaría, como se ha repetido hasta la saciedad desde Bruselas, fuera de la Unión Europea. La tesis de contar con unas finanzas más favorables en caso de separarse de España es tan burda que la mayoría de empresas relevantes, incluso muchas con accionistas  aparentemente cercanos a las ideas soberanistas, han querido evitar a tiempo el declive económico que una eventual independencia les ocasionaría y se han sumado al éxodo.

No hay contagio

Tras el referéndum del Brexit, muchos temían que se produjera un contagio del movimiento euroescéptico hacia otros países de la UE. Después de varios procesos electorales en Europa a lo largo del año, Francia y Alemania como los más destacados, podemos concluir que el euroescepticismo, aun existiendo con distinta fuerza en muchos países de la Unión, está muy lejos de tener un protagonismo en los gobiernos de los Estados miembros.

Tampoco el movimiento separatista de Cataluña está alentando otros procesos equivalentes en países europeos. La contundencia de las ventajas de una unión de fuerzas dentro de la globalización en que vivimos es tan evidente que hace desvanecerse en otras zonas de Europa cualquier intento de emprender un camino en solitario.

Líderes políticos en declive y dispersión

El que fuera líder del Partido de la Independencia del Reino Unido, Nigel Farage, que renunció a su liderazgo al poco tiempo del referéndum del Brexit que él mismo impulsó, acusaba hace unos días a May de «conformista, servil y sumisa» a los intereses de la UE y de protagonizar la Great Brexit Betrayal («gran traición al Brexit»). Dado que, a mi juicio, la probabilidad de una hipotética secesión real de Cataluña es prácticamente nula, estoy convencido de que presenciaremos movimientos del mismo tipo en buena parte de la clase política catalana que, hasta ahora, más ha apoyado la separación de España.

Hace mucho frío fuera

Pese a que nadie del lado independentista lo reconozca en público, la inmensa mayoría de ciudadanos de Cataluña lo piensa: al menos en materia económica y financiera, vivirían mejor dentro de España y de la UE que como república independiente. En Reino Unido llevan meses dándose cuenta, prácticamente desde el día después al referéndum del Brexit, de que les van a ir peor las cosas cuando salgan definitivamente de la UE. Si, finalmente, algún día lo hacen, claro.

Por ello, Theresa May no quiso responder a la pregunta del periodista de Bloomberg sobre si volvería a votar, como ya lo hizo en junio de 2016, por la permanencia del Reino Unido en la UE. Se jugaba su cargo pues, seguramente, de haber contestado, hubiera dicho que votaría de nuevo continuar en la UE y el ala euroescéptica de su partido lo habría intentado utilizar como arma para reemplazarla. Ella, mejor que nadie, conoce los problemas que se avecinan para su país con la salida de la UE: el declive de datos macro e indicadores adelantados del Reino Unido, inmejorable termómetro, ya los anticipa.

Aunque el hombre sea un animal al que parece que le gusta tropezar muchas veces con la misma piedra, no estaría de más que aquí muchos aprendieran a tiempo la lección que nos está ofreciendo la torpeza británica.